miércoles, 3 de noviembre de 2021

 

Obituario de Miamiga

Me gustaría en este décimo aniversario de la muerte de Miamiga, que pudierais conmigo recordar quién fue, qué hizo y cómo la echamos de menos en el día a día, en los acontecimientos grandes y en los pequeños, no porque ella fuera especial, que lo fue, sino por lo que podría disfrutar con todo lo que nos acontece.

Recuerdo una tarde de finales del siglo pasado, que la invitaron a participar en una lectura sobre mujeres y empoderamiento; yo la tuve que presentar y mis palabras giraron en torno a sus capacidades, aunque no hablé de ella como alguien común y corriente, porque aun siéndolo, Miamiga convertía lo que hacía en algo especial y mágico. Creo recordar que dije que Miamiga dormía al silencio cuando ella entonaba un cuento, un poema o una canción. Que Miamiga despertaba la ternura, la ilusión y contagiaba de sueños y prímulas a quienes estábamos cerca, no sólo físicamente, sino también quienes desde la distancia caminábamos a su lado. Que Miamiga cuidaba el mensaje y su forma, como si de encaje estuviera vistiendo a una recién nacida. Que Miamiga con su palabra mecía y removía los más bellos senderos donde siempre crecen la dulzura y la sal, la caña y el nogal. Que Miamiga con su energía inundaba los valles donde siempre habitan los duendes y las hadas. Dije que Miamiga tenía una mente rápida, intuitiva, creadora y un corazón tierno, indefenso, generoso, que Miamiga representaba a la perfección todo lo bello que puede nacer en un mundo cruel y que logró ser objeto de una mutación milenaria, que sólo algunas personas poseen, por lo general mujeres, y es que ella tenía alas en la espalda y sonrisas bañadas en el pecho.

Y aquella velada literaria y feminista Miamiga se derramó detrás de las palabras y la narración y en su voz nació vida, igual que el fuego nació en la noche de los tiempos prehistóricos.

Y estoy segura que quienes me leéis estéis pensando que la tengo idealizada y que vaya qué obituario lleno de loas y lisonjas estoy haciendo, pero es que Miamiga era mi hermana del alma, aunque solo fuimos amigas, poco más de veinte años.

La conocí en la Sierra de Segura, las dos maestras en un pueblito lleno de cuestas y de retos, las dos con inquietudes de todo tipo y nos hicimos amigas, como se hacen las trenzas en el pelo, siempre con un tercer elemento que bien podía ser alguna persona, algo que hacer, un proyecto, un paisaje, una música, un baile.


Otro cabo de esta trenza fueron los buenos vinos y los paseos sin destino, y también las cenas en su casa o en la mía, esas tartas de tiramisú, ese vino de misa, esas risas, esas canciones, el amor y la disección de las emociones...

Pero, si algo hicimos juntas Miamiga y yo, fue convertir los cuentos y el festival de cuentos de nuestro pueblo en algo más que un proyecto cultural, se convirtió en causa y excusa, en meta y camino, y siempre con otro de los grandes lazos de nuestra amistad, con su amigo y Miesposo.

A las dos nos enganchó Miesposo al Renacimiento y, creo que, tanta danza del renacimiento y tanto investigar en su indumentaria fue uno de los cabos que más trenzaron nuestra amistad, que sigue viva, aunque ya no esté.

Y es que cada vez que digo Miamiga me acuerdo, con lágrimas en los ojos, de lo felices que fuimos, de las cartas que nos escribimos y de las correcciones de textos que nos hicimos mutuamente, más ella a mí que yo a ella y no porque Miamiga escribiera poco, sino porque escribía a la primera sin necesidad de cambios.

Durante unos años trenzamos nuestra amistad en el gimnasio y pudimos conocernos más físicamente y sabernos mujeres y desearnos mujeres.

Ya sé que ella no decidió morirse, que ni si quiera lo quería, que no estaba escrito en ningún libro sagrado; lo determinó una larga enfermedad que a los 46 años, un trece de octubre se la llevó, después de que se despidiera hasta de su padre al que llevaba sin ver la mitad de su vida..., pero desde que se fue la noche que la lechuza salió a visitarnos cuando volvíamos de verla en el hospital ya muy enfermita, no quedo con nadie para caminar,ni para tomarme un vino, ni para despotricar del trabajo y las amistades. Desde que se murió mi amiga, no he encontrado a otra amiga como ella, ni tampoco veo a amigas como nosotras, tan buenas amigas.

Y en estos diez años que se van a cumplir, no olvido que Miesposo y yo pudimos despedirnos de ella, como si al día siguiente nos fuésemos de excursión o a ver una obra de teatro: con un "hasta luego".

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