martes, 9 de noviembre de 2021

 Paquito vino al mundo un 14 de abril de 1927 y aunque él nunca aprendió a escribir sí que pensábamos en la familia que él pertenecía, por derecho de nacimiento, a esa influencia creadora que por el aire iba y venía vestida de poesía.

 Que no es lo mismo nacer en plena guerra que en los felices años veinte como le ocurrió a nuestro niño chiquito y aunque nadie de su familia supiera quién era Góngora, lo cierto es que la poesía y esos jóvenes poetas inundaban, hasta el agua que se bebía, de ese entusiasmo por la palabra, por la rima y por decir bello y culto lo que ya el pueblo cantaba, como esa primera nana que le cantara su abuela Francisca: Duerme niño bonito, que ya tu abuelo te hace la cuna. duerme precioso niño, que ya ha salido la luna. Ea la nana, ea la nana, se duerme mi Paquito por sevillanas. Paquito nació al caer la tarde, cuando el sol iluminaba la parra y la alberca, nació de cabeza y su madre lo echó como echan las hembras a sus cachorros, en cuclillas, en una paridera, que la tia Jacinta había comprado en la calle Valencia. Paquito nació en jueves santo, el día en el que se le rezaba al cristo de la humildad, en la iglesia de San Pablo, por eso a Paquito no lo registraron hasta un mes más tarde, que su abuela Clara con su hijo, el padre de nuestro protagonista, se fueron al juzgado : - Señor, que no sé qué día nació mi hijo, pero que era el jueves santo. Que mi prima Candela llegó después de la procesión vestida de mantilla a preguntar y ya había nacido. Mire, usted, qué día era el jueves santo, por favor. Y el funcionario con parsimonia y como si supiera que 4 años más tarde ese día sería fiesta nacional, dijo y escribió en los libros registrales: Francisco de Paula Jiménez Mora, nacido el 14 de abril de 1927, de su madre Dolores Mora Martínez y de su padre Manuel Jiménez Rubio.... Paquito se enganchó a la teta de su madre Lolita y a la de la vecina Juana, la madre de Jeromito, que ya tenía casi los dos años. Paquito se crió a cuatro tetas y a dos leches y en el cortijo se convirtió en el niño más venerado y más bonito que te puedas imaginar. Paquito morirá el próximo día 14 de abril de 2027, a los 100 años de edad, tal como él lo decidió cuando en el primer año de la pandemia, cuando a punto estuvo de coger el COVID, como todos los amigos de la Residencia de la Paz, pero que no la cogió. Aquella tarde que cerraron la residencia para evitar los contagios, Paco, Don Paco como lo llamaban las cuidadoras, llamó a sus nietas y a sus nietos, pues con los hijos hacía años que ya no se hablaba y les dijo: - Mirad lo que os voy a decir: Si cuando todo esto se acabe y yo no me he muerto, yo no quiero vivir más de cien años, así que por favor, tenéis que hacer lo que yo os diga. En mi casa, en mi dormitorio, en mi mesita de noche, en el último cajón, atrás, hay un doble cajón y en él guardo un bote con veneno. Cuando vuestra abuela no se moría y ella quería morirse, el médico D. Adrián me dio dos botes para buscar la dulce muerte, uno para ella, que se lo di, después de la noche vieja y ya no amaneció al año nuevo y el otro para mí. Sé que por el camino que voy, después de todo lo que llevo vivido no quiero estar en este mundo ni un día más del de después de mi cumpleaños centenario. Os lo pido por lo que más queráis, me dais las gotas con un yogur, o mejor con un flan fresquito y yo me moriré dulcemente. - Pero, abuelo, no podemos hacer eso.- Dijo Laura agarrándole la mano. - Abuelo, -le dijo su nieto Fran- y si te mueres antes, ¿qué hacemos? - Dejaros de tonterías, si me muero antes no va a tener gracia... pero será mejor que no sea así, porque si me muero antes no heredaréis nada. Hoy, 27 de agosto de 2021, a falta de unos 2.056 días para que se muera Don Paco, hemos sacado de la residencia al abuelo, lo tenemos con nosotros, cada mes vive en casa de un nieto o nieta y si muere antes lo congelaremos hasta el prometido día del 100 cumpleaños y después de un buen proceso de descongelación llamaremos al médico forense con el que ya hemos pactado una buena recompensa y nos iremos al notario a ver qué nos ha dejado en herencia. Yo espero que nos dure y nos siga contando cosas del siglo pasado y nosotros le contemos algunas de este.

sábado, 6 de noviembre de 2021

 Aurelia Librato

  Cuando despertó del sueño, la copa llena del vino "Librato" seguía intacta, como si nunca le hubiera dado un sorbo y lo peor es que al queso manchego, hecho con leche cruda de oveja, solo le quedaba una pequeña porción, cortada en triángulos de 20mm de grosor. Estar ahí tumbada, en ese césped de hojas silvestres, junto al cadáver de su perro y las esponjosas telas de las cortinas anidadas de arañas enanas, no suponía más que un episodio en su vida intercalada de suicidios, muertes y asesinatos. Aurelia, es una mujer que tiene cincuenta años y que ha vivido siempre a su estilo, sin preocuparse por nada, sin querer hacerse dueña de la felicidad de nadie, sin pretender ser alguien que le importara la vida de los demás. Aurelia vivía en ese hotel que el tiempo y las calamidades habían destruido, pero que la naturaleza y el tiempo habían amueblado de hojas, de pequeñas y retorcidas ramas, de bichitos infectos y de polvo y mugre, como una forma de contestarse a ella misma, de colocarse en el peor lugar, para que la vida la castigara, la llevara a la destrucción, que nunca llegaba. Estoy convencida que no puedes ponerte en su lugar, en ese precipicio de huidas hacia adelante que suponía ser la hija de una cantante de éxito en los años setenta, ser la esposa de un afamado empresario de la construcción y en la madre de un calavera de hijo que no quiso estudiar ni aprender un oficio. Aurelia cada noche bebía para olvidar, pero aquella mañana no había olvidado cómo su perro fiel también la dejó para irse a vivir una muerte feliz. Porque aunque parezca improbable se hizo realidad, el perro, de mil razas, el perro insignificante decidió morirse, porque los animales inteligentes tienen voluntad, y él la tenía. Se quedó más sola que la luna en el firmamento una noche nublada sin estrellas. Sola como la última galleta de un paquete, como la aceituna sola en un plato lleno de huesos. Se bebió el vino tinto Librato, ese vino que ya nadie compra, porque ya no se produce, pero que a ella le gustaba, porque la llevaba a una infancia inventada llena de libertad y de plantas olorosas, por eso se extrañó de que no se había bebido la copa de ese vino que tiene una intensidad aromática muy alta, en la que destacan los sabores y los olores a frutos rojos y negros como cereza, mora, frambuesa, combinadas con notas especiadas. Ese  vino de color rojo picota con tonos violáceos e intensidad media, que había tenido una leve crianza en roble americano y francés de unos cuatro meses. Un vino lleno de sensaciones y con innumerables reconocimientos de todo tipo y que siempre le pareció muy sabroso, con un buen equilibrio de acidez. Un vino tan parecido a lo que ella se reconocía de sí misma: Siempre pensó que ella era muy golosa, muy amplia de miradas y que deja una buena persistencia. Aurelia, como ese Librato, también se consideraba de un beber muy fácil. Aunque el panorama que dibujaba su ajado cuerpo atravesado en una cama desgarrada no eran precisamente lo que se suponía de una mujer de mediana edad dispuesta a vivir la muerte o morir la vida a diario. Ella no era ese vino noble que se puede beber con todo tipo de gastronomía aunque para verduras, guisos y todo tipo de carnes, era lo recomendado, ella era como ese vino duro, áspero y espeso, sin matices que se puede beber con un queso bien curado, como el que ella se tomó a palo seco la noche anterior. Ahora que ya sabemos quién es Aurelia y qué hace en ese destartalada habitación. Lo que no sabemos es lo que el día le deparará y si sus fantasmas, incluidos los del perro muerto, qué le traerán.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

 

Obituario de Miamiga

Me gustaría en este décimo aniversario de la muerte de Miamiga, que pudierais conmigo recordar quién fue, qué hizo y cómo la echamos de menos en el día a día, en los acontecimientos grandes y en los pequeños, no porque ella fuera especial, que lo fue, sino por lo que podría disfrutar con todo lo que nos acontece.

Recuerdo una tarde de finales del siglo pasado, que la invitaron a participar en una lectura sobre mujeres y empoderamiento; yo la tuve que presentar y mis palabras giraron en torno a sus capacidades, aunque no hablé de ella como alguien común y corriente, porque aun siéndolo, Miamiga convertía lo que hacía en algo especial y mágico. Creo recordar que dije que Miamiga dormía al silencio cuando ella entonaba un cuento, un poema o una canción. Que Miamiga despertaba la ternura, la ilusión y contagiaba de sueños y prímulas a quienes estábamos cerca, no sólo físicamente, sino también quienes desde la distancia caminábamos a su lado. Que Miamiga cuidaba el mensaje y su forma, como si de encaje estuviera vistiendo a una recién nacida. Que Miamiga con su palabra mecía y removía los más bellos senderos donde siempre crecen la dulzura y la sal, la caña y el nogal. Que Miamiga con su energía inundaba los valles donde siempre habitan los duendes y las hadas. Dije que Miamiga tenía una mente rápida, intuitiva, creadora y un corazón tierno, indefenso, generoso, que Miamiga representaba a la perfección todo lo bello que puede nacer en un mundo cruel y que logró ser objeto de una mutación milenaria, que sólo algunas personas poseen, por lo general mujeres, y es que ella tenía alas en la espalda y sonrisas bañadas en el pecho.

Y aquella velada literaria y feminista Miamiga se derramó detrás de las palabras y la narración y en su voz nació vida, igual que el fuego nació en la noche de los tiempos prehistóricos.

Y estoy segura que quienes me leéis estéis pensando que la tengo idealizada y que vaya qué obituario lleno de loas y lisonjas estoy haciendo, pero es que Miamiga era mi hermana del alma, aunque solo fuimos amigas, poco más de veinte años.

La conocí en la Sierra de Segura, las dos maestras en un pueblito lleno de cuestas y de retos, las dos con inquietudes de todo tipo y nos hicimos amigas, como se hacen las trenzas en el pelo, siempre con un tercer elemento que bien podía ser alguna persona, algo que hacer, un proyecto, un paisaje, una música, un baile.


Otro cabo de esta trenza fueron los buenos vinos y los paseos sin destino, y también las cenas en su casa o en la mía, esas tartas de tiramisú, ese vino de misa, esas risas, esas canciones, el amor y la disección de las emociones...

Pero, si algo hicimos juntas Miamiga y yo, fue convertir los cuentos y el festival de cuentos de nuestro pueblo en algo más que un proyecto cultural, se convirtió en causa y excusa, en meta y camino, y siempre con otro de los grandes lazos de nuestra amistad, con su amigo y Miesposo.

A las dos nos enganchó Miesposo al Renacimiento y, creo que, tanta danza del renacimiento y tanto investigar en su indumentaria fue uno de los cabos que más trenzaron nuestra amistad, que sigue viva, aunque ya no esté.

Y es que cada vez que digo Miamiga me acuerdo, con lágrimas en los ojos, de lo felices que fuimos, de las cartas que nos escribimos y de las correcciones de textos que nos hicimos mutuamente, más ella a mí que yo a ella y no porque Miamiga escribiera poco, sino porque escribía a la primera sin necesidad de cambios.

Durante unos años trenzamos nuestra amistad en el gimnasio y pudimos conocernos más físicamente y sabernos mujeres y desearnos mujeres.

Ya sé que ella no decidió morirse, que ni si quiera lo quería, que no estaba escrito en ningún libro sagrado; lo determinó una larga enfermedad que a los 46 años, un trece de octubre se la llevó, después de que se despidiera hasta de su padre al que llevaba sin ver la mitad de su vida..., pero desde que se fue la noche que la lechuza salió a visitarnos cuando volvíamos de verla en el hospital ya muy enfermita, no quedo con nadie para caminar,ni para tomarme un vino, ni para despotricar del trabajo y las amistades. Desde que se murió mi amiga, no he encontrado a otra amiga como ella, ni tampoco veo a amigas como nosotras, tan buenas amigas.

Y en estos diez años que se van a cumplir, no olvido que Miesposo y yo pudimos despedirnos de ella, como si al día siguiente nos fuésemos de excursión o a ver una obra de teatro: con un "hasta luego".

 

Él y yo

Él cree en Dios y yo, hace años, muchos años, dejé de creer en cualquier ser creado a imagen y semejanza de los seres humanos, pero cuando yo cuento las baldosas que quedan para llegar a casa y saber qué me deparará el futuro, él me dice que eso es una superstición de vieja.

Él sueña despierto siempre que planifica un viaje, un encuentro, la lectura de un libro, un proyecto, en cambio yo voy siempre a ras de suelo, viendo lo negativo antes de que ocurra, pero por las noches tengo sueños increíbles, enormes, gigantescos que siempre recuerdo al amanecer y él cuando duerme, solo duerme, nunca sueña.

Yo me invento historias para dormirme, lo mismo que me las invento para mi nieto y él compone con cuatro tubos y dos cuerdas una canción de cuna que al ritmo de tres por cuatro podrá ser un vals o un tango, si la ocasión lo permite.

Él empieza a comer antes de que la mesa esté puesta, mientras colocamos los cubiertos lleva una aceituna, un trocito de jamón en la boca, yo hasta que no estamos todos en la mesa no cojo ni una piquito de pan.

En cuanto a comida él es de dejarse en el plato lo que no le gusta y yo de apartar para el final lo que más placer me va a dar saborear, por eso cuando nos casamos, en pleno viaje de novios y yo, en el filo del plato, dejé los tropezones de la paella para cuando me hubiera comido el arroz; él me los arrebató de un múltiple pinchazo, como haciéndome un favor y diciéndome: "ea, ya no te molestarán".

Yo soy del mandamiento del pobre, reventar antes que sobre y él el del señorito, mejor dejar siempre en el plato un trocito, a que se crean que con hambre has comido

Yo soy de darle vueltas a todo, de no organizarme, de sentarme a pensar qué hacer y cuándo y cómo y para qué. Él resuelve sin pestañear, es capaz de solucionar un entuerto y hasta de dar instrucciones precisas para que yo le curé un corte en un pie, mientras éste chorrea sangre y parece un tomate reventado después de caer de un lugar elevado...

Él nunca quiere ir de viaje en pareja, le gusta hacerlo en grupo, con alguien más, porque así es más animado y no discutimos tanto. Yo siempre quiero el romanticismo de sabernos solos en el centro de una ciudad, en un museo o mirando escaparates.

Él compra solo alimentos que luego convertirá en comida, a mí solo me gusta comprar aquello, que si llegamos a casa ya se puede comer; no entiendo el gusto de ver un costillar o una cabeza de merluza e imaginármela con sus verduritas y sus patatas a lo pobre en mi plato.

Mientras yo pongo la mesa, elijo las copas, coloco el mantel y las servilletas a juego, mientras dispongo los tenedores y los cuchillos, él cocina con esmero lo que ha comprado, lo que ha sobrado, lo que se encuentra en el frigorífico o aparece en la alacena.

Yo me emborracho como se emborrachaba mi padre, como se emborrachaba mi abuelo, copita a copita en dos sorbos como mucho, me emborracho y me da llantina, tanta que hipo y parece que me voy a derramar en lágrimas, él bebe a tragos y se habla las botellas, las saborea y cuando lleva un buen rato cuenta chistes; él se vuelve aún más simpático, más cariñoso, más elocuente.

Él nació a las doce menos cuarto de la noche un doce del mes doce y yo al año siguiente, a la una de la tarde del primer mes de la primavera. Él se llama Jacinto y a mí me pusieron Margarita, a él le gustan los perros, los relatos de miedo y los cuadros de Goya y a mí me gustan los gatos, los cuentos fantásticos y la pintura de Mucha.

Yo no sé cómo lo hemos hecho para que el próximo junio llevemos medio siglo casados y él nunca se acuerde de nuestro aniversario de bodas ni de los años juntos...
















 Nuestra casa embrujada

Mi hija Jimena, la mediana, dice que nuestra antigua casa está embrujada desde que Martina, la pequeña, tuvo su primera menstruación. Cuando lo dice nos reímos las cuatro, como si fuese una ocurrencia suya, pero ahora creo que es verdad, ahora sé que es así.

No hubiera sabido explicarlo antes, no he tenido hilos ni argumentos para tirar y ver lo fácil y lo necesario que es atribuir razón a lo inexplicable. Con nuestra cabeza amueblada por las lecturas y las experiencias, olvidamos que la vida está llena de pequeños gestos, momentos, instantes de magia, de hechizo, de sinrazón que nos ofrecen más cordura que toda una relación de hechos, causa y efecto.

Tengo que agradecer a Fátima que desenredara la madeja de los hechos terribles que los años acumulan, las que son como las telas de araña que siempre se instalan en las casas desocupadas, aunque en la nuestra, que llevaba deshabitada desde que huimos a la ciudad, todo seguía pulcro, inmaculado, como si alguien periódicamente la limpiara de sombras y de suciedad, de luces y deshechos, de humedades y fantasmas. Todo seguía intacto, los muebles atiborrados de objetos, los estantes repletos de libros, adornos, recuerdos de viajes, muñequitas de porcelana; los juegos en sus cajas, las ropas en los armarios, los platos en la cocina, las copas ribeteadas de oro, las que heredamos de la abuela, en los aparadores, las ventanas entreabiertas y las cortinas intactas sin mancha ni moho y los postigos de los balcones abiertos de par en par. Las camas con sábanas, las colchas puestas, el televisor, los tres aparatos de radio, el viejo ordenador y todos los electrodomésticos enchufados. Un hogar lleno de vida sin que un alma lo hubiera habitado en los diecisiete años que separaban un abandono y un encuentro.

Yo llevaba años queriendo que nos juntásemos allí, en la casa del pueblo, como si ¡ay ingenua de mí!, y mis hijas no, seguramente porque tenían miedo a lo que allí ocurriría. Fátima consiguió que aquel día de septiembre, en la novena noche de luna llena del año 2020, las cuatro nos pudiéramos encontrar, después de casi un años sin vernos.

En el patio de la casa, de naranjos en flor, la fuente soltando su chorrito de agua cristalina, ligera y monótona, sentadas en las escaleras que llevan al terrazo, mientras sonaba en el ipad de Martina "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento..." hablamos y hablamos hasta que empezó a amanecer, no discutíamos, pero sí nos atropellábamos las palabras.

- Lorenzo, mamá, el primo Lorenzo entró en mi cuarto, cuando tenía 13 años, acababa de cumplirlos, que aún no había tenido la regla, mamá...

- Sí, yo estaba en la cocina y la oí gritar, se me cayó el agua hirviendo encima de la falda y me quemé y grité y lloré.

- Tú no estabas mamá, yo tampoco, habíamos salido. Y no pudimos evitarlo, mamá, no pudimos hacer nada...

- No llores, mamá, con eso no se arregla nada. No te das cuenta, que ya nada importa.

Y mientras lloraba y mis ojos se me hinchaban, ellas seguían amontonando palabras, frases ensangrentadas: "me violó", "la violó", "se aprovechó de mí", "le robó la inocencia"...

Entonces sentí que la casa estaba embrujada, que llevaba así desde que Lorenzo la violó, le rompió la vida, la partió por la mitad y el patio se fue haciendo chico, muy estrecho, muy pequeño y oscuro como un pozo negro sin fondo y yo estaba dentro, muy lejos, en la profundidad del odio, escuchándolas a las tres, oyendo cómo me destrozaban los recuerdos de aquella casa donde yo creía que habíamos sido felices.

Y en la casa, porque está embrujada, todo permanece igual, en su sitio, sin suciedad, sin polvo, sin telarañas, sin escondrijos, sin movimiento, sin que entre el aire... porque todo nos lo llevamos nosotras, con nosotras, en nuestros equipajes, en nuestras mochilas, aquel día de septiembre de 2004, después de que Martina tuviera su primera menstruación y que el monstruo no hubiese anidado en su vientre.

Nos fuimos a la ciudad, huyendo del inmenso dolor que no quisimos contar, ni sentir.

Hasta aquella noche del aún verano del año de la pandemia no habíamos vuelto a la casa embrujada por el silencio, por los olvidos, por el cerrar los ojos, porque todo siguiera igual que siempre: puro, inmaculado.










lunes, 1 de noviembre de 2021

 

INVENTARIO

Para mi colección de camas Jaime me regaló diez noches en hoteles de carretera, con tres condiciones, la primera es que escribiera un relato de esos que a él le gustan, la segunda que la historia tendría que empezar y acabar con la misma frase y la tercera y más complicada es que tendrían que aparecer algunas de las camas en las que he dormido a lo largo de mi vida y narrando algo de lo vivido.

Acepté el regalo como quien acepta una condena y lo convertí en un reto, un reto para demostrarle mi amor y por supuesto para completar mi recopilación de camas usadas.

Jamás había escrito por encargo y por eso decidí que escribiría solo los días que hubiéramos hecho el amor.

No fue fácil. No.

Follar se convirtió en un acto necesario para poder escribir ese relato y también le agradecería el encargo y el regalo que me haría en cuanto lo escribiese y le gustase.

La primera

La primera cama en la que dormí fue en ese hospital de Jaén, cuando mi madre me trajo al mundo, cuando sus tetas se dejaban chupar y mi cabeza con la fontanela abierta y llena de pelusa se dejaba acariciar. Una cama de ochenta cm de ancha, con sábanas de algodón y manta de lana áspera. Una cama sin comodidad, pero con una madre abierta en cesárea que me abrazaría cincuenta años con el mismo cariño, con la suavidad de sus manos de mujer trabajadora y con el corazón henchido de satisfacción tras dos niños muertos en el parto.

Seguramente porque se me quedaron los besos enganchados al recuerdo y las caricias pegadas al cuerpo, por lo que llevo sesenta años buscando en las camas lo que para mí supuso mi primer día de vida.

La segunda

De la cuna pasé a una cama de matrimonio, una enorme cama de un metro y treinta y cinco centímetros que compartía con mi hermana mayor, la que me lleva seis años. Ahí antes de dormir escuché los mejores que una niña de tres años puede escuchar, cuentos sentada en la sillita corporal que ella me hacía con sus piernas hechas un cuatro. Me abrazaba y al oído me contaba historias que se inventaba, cuentos que acababan de otra forma y, además, me daba besicos y me rascaba la espalda.

Esa cama se convirtió también en mi barra libre donde practicar la gimnasia y gracias al espejo central del armario me miraba una y otra vez, mientras ponía un pie detrás de otro.

La tercera

De aquella grande como el mundo pase, a los diecisiete años, a una individual, pequeña, como un abrigo en el que esconderme, en el que conocerme y sola para mí. Como tenía un cabecero de madera como si fuera un mueble castellano, para poder hacer mi segunda actividad preferida necesité llenarla de cojines, porque en ella dormí poco y en contraprestación descubrí el gusto por la lectura. Leer se convirtió en mi actividad preferida cada noche, cada siesta, cada rato que no tenía otra mejor cosa que hacer.

La cuarta

En los primeros años de la década de los ochenta fue una de matrimonio y esta vez lo primero que pude hacer en ella fue acariciar el pene de Jaime y él mi clítoris y mis pechos, dejarme amar de los pies a la cabeza, disfrutar de la primera noche de casada y justo antes de salir de viaje de novios, contamos los billetes que nos habían regalado en la boda. Con nuestros cuerpos ya recuperados del atracón del ágape y del eros se dedicaron a contar ahí, en el centro de la cama, sentados como dos indios, el dinero con el que pagaríamos el banquete. Pero los regalos escasos y el dinero insuficiente no aminoraron nuestras ganas de volver pronto a disfrutar de los besos y de los orgasmos.

La quinta

Una cama que jamás olvidaré fue la del hospital San Juan de Dios, con sábanas blancas y delgadas, con líneas verdes pintadas y el paraguas de la Consejería de Salud, una cama artículada con un cuco a la izquierda en el que dormía y lloraba mi hijo recién nacido. En esa cama descubrí los miedos, los grandes miedos, los que siempre van a venir conmigo, pero también pude experimentar la belleza, el embelesamiento, mirar la carita de mi bebé y sentir que la vida tiene los ojos negros, el pelo hirsuto, pesa casi cuatro quilos y tiene las piernas y los brazos amorcillados, como los angelotes de la iglesia de mi pueblo.. Aquella cama de la 324 A ha sido la cama en la que encontré una de las más poderosas razones para existir, la que a diario me da fuerzas para seguir el camino lleno de rosas, de margaritas y también de malas hierbas que tiene el devenir.

La sexta

Otra de las camas de mi colección fue aquella de la suite del Hotel Villa Tabarca, extragrande, enorme, como un océano, con una habitación abierta al mar en pleno fin de año 2011, justo después de que me hubiesen dicho que por fin no tendría que volver a revisión hasta que pasasen cinco años. Aquel año viejo nos despedimos del dolor y de la quimio, de los sufrimientos encadenados y de los pronósticos de muerte. Aquel año nuevo y aquella cama trajeron la paz, la tranquilidad y los besos en las cicatrices.

La septima

Y para terminar este relato de camas no puedo ni debo olvidar la cama en la que dormí con mi madre su último sueño, en la que despedí a mi padre intentando cantarle su canción favorita. La cama en la que aprendí a cuidar heridas, a calmar las pesadillas, a lavar los cuerpos suaves y colmados de marcas y señales de vida. En la cama en la que abracé más desinteresadamente y en la que recibí el amor más limpio, más puro, más eterno, el de mi madre y el de mi padre. Esa cama de amor y de ancianidad, de proyectos y sueños cumplidos. Esa cama con sábanas llenas de recuerdos y de olvidos.

Fin

Porque hoy este cuento que he escrito para que aumente mi colección de camas, no ha llegado a su fin, solamente os he mencionado las más importantes de la vida y del amor.

Jaime acaba de entregarme mi premio por este relato-inventario, un bono de diez noches en hoteles de carretera y me da las gracias por los jugosos romances de estos siete días y me ha pedido que por favor en cada hotel escriba un relato de esos que a él le gustan, en los que la historia tendría que empezar y acabar con la mismas frases.

martes, 5 de octubre de 2021

Un cuento para el cuarto cumpleaños. de un niño precioso, escrito y editado por su abuela Beni, en Úbeda y en septiembre de 2021 




I
Érase una vez Loncio que tenía mucha sed y, como no sabía que en el frigorífico de la casa de mamá, alguien había dejado un batido mágico, cogió el bote y... justo antes de beber, dijo:
- Con este batido mi sed calmaré.
Y se bebió un buen trago, sin adivinar que todo lo que hablara a partir de ahí sería con la letra E.
Si quería decir mamá, diría memé.
A su mamá le quiso pedir un bizcocho de chocolate, pero... de su boca salió esta frase:
-MEMÉ, QUE YE QUEERE EN BEZQUECHE DE CHEQUELETE.
(- Mamá, que yo quiero un bizcocho de chocolate.)
La madre al oírlo, le contestó:
- Ay, hijo mío, qué te pasa en la boca, que no te entiendo nada.
Loncio le gritó:
-MEMÉ, QUE YE QUEERE EN TRECE DE BEZQUECHE DE CHEQUELETE E ENE TESTEDE DE PEN KEN ECEETE
QUE TENGUE MECHE HEMBRE, PER FEVER, MEMÉ....
(- Mamá, que yo quiero un trozo de bizcocho de chocolate o una tostada de pan con aceite, que tengo mucha hambre, por favor, mamá...) Pero la madre no le entendía nada y Loncio un poco enfadado se fue a beber otro sorbo de batido, del batido mágico, que él no sabía que era un batido mágico.

II
Y abrió tanto la bocaaA, que cuando tragó el batido, ya solo habló con la A. Como él no lo sabía y seguía teniendo hambre, se fue para su mamá y le pidió:
- MAMÁ, KA YA KAARA AN TRAZA DA BAZCACHA DA CHACALATA A ANA TASTADA DA PAN CAN AZAATA. KA TANGA MACHA HAMBRA, PAR FAVAR, MAMÁ, DAMA ALGA DA CAMAR. CA TANGA MACHA HAMBRA...
(- Mamá que yo quiero un trozo de bizcocho de chocolate o una tostada de pan con aceite, por favor, mamá, dame algo de comer, que tengo mucha hambre...)
Pero, claro, la madre no tenía ni idea de lo que le pasaba a Loncio, por lo que se lo dejó con las palabras en la boca, pidiéndole la merienda.
El pobre Loncio solo quería algo para merendar y ya hasta le daba igual el qué tomar. Bien podía ser un trozo de bizcocho de chocolate, como una fruta cualquiera o una to
stada de pan y aceite.



III

Desesperado y sediento se tomó otro trago del batido mágico. Cuando su boca estaba más redonda que la O... pensó en decirle:

- Mamá, mamá, por favor, dame un trozo de bizcocho de chocolate o una tostada de pan con aceite, por favor, mamá, mamá que tengo mucha hambre.

Pero no pudo decirlo, porque esta vez, habló de esta forma:

- MOMÓ , MOMÓ, POR FOVOR, DOMO ON TROZO DE BOZCOCHO DO CHOCOLOTO O ONO TOSTODO DO PON CON OZOOTO, POR FOVOR, MOMÓ, MOMÓ, CO TONGO MOCHO HOMBRO.

La mamá escuchó "hombro" y le dijo:

- Loncio, ¿cómo te voy a coger a hombros? si lo que tendrás es ganas de merendar, ¿quieres que te dé un poco de pan con tomate y aceite?

-SÓ, SÓ, -dijo Loncio- LO CO SOO, MOMÓ, YO TONGO MOCHO HOMBRO, YO MO COMO LO CO SOO.

Y aunque él quería decir:- Que sí, que sí, lo que sea, mamá, que yo tengo mucha hambre y yo me como lo que sea.

La madre oyó que estaba "como loco" y riendo le dijo:

- Loncio, anda, vete a jugar a tu cuarto, ja, ja, que me tienes mareada, ja, ja, ...

IV

Y Loncio se fue muy triste porque su mamá se reía y no lo entendía; ahora casi llorando, que parecía que hablaba con la í, volvió a por el batido.

Después de tomarse un buen trago, llegó al cuarto de estar, donde su madre leía tranquilamente un libro y Loncio esperaba que todo hubiera pasado y a su querida mamá le dijo:

-MIMÍ, MIMÍ, QUI YI QUIIRI IN BIZQUICHI DI CHICILITI I IN TRICI DE PIN QUIN MIRMILIDI I IN TIMITI QUIN ICIITI Y PIN.

(- Mamá, mamá, que yo quiero un bizcocho de chocolate o un trozo de pan con mermelada o un tomate con aceite y pan.)

La mamá muy enfadada otra vez le dijo que se fuera a su cuarto, que ya estaba bien, que si volvía de nuevo diciendo tonterías que lo iba a castigar... que ella quería leer y él no la dejaba tranquila.

- A ver, Loncio, ¿a ti te gustaría que yo te estuviera diciendo tonterías todo el tiempo?

- NI, MIMÍ.- dijo Loncio muy triste y se fue casi llorando, protestando y quejándose.



V

Y, con tanto hablar se había quedado con la boca seca, por eso volvió a coger el batido. Y bebiendo ahora con mucha rabia, como si se hubiera tragado una U, casi se lo bebe todo, por lo que dejó solo un traguito de batido en el fondo del bote...

Y allí mismo, en la cocina se puso a gritar a pulmón, como si el mundo se fuera a acabar:

- MUMÚ, MUMÚ, CU TUNGU MUCHU HUMBRU, PUR FUVUR DUMU UN PUCU DU MURUNDUR, LU CU TU QUURUS, PUR FUVUR, UNU MUNZUNU, UNU NURUNJU, UN TRUZU DU BUZCUCHU...

(- Mamá, mamá, que tengo mucha hambre, por favor dame un poco de merendar, lo que tu quieras, por favor, una manzana, una naranja, un trozo de bizcocho...)

Al oír los gritos, la mamá apareció en la cocina y muy enfadada le dijo:

- Loncio, ya está bien, no te entiendo nada o me hablas con todas las vocales o nos vamos a ver qué delirio es este. Que ya estoy un poco harta, un poco cansada y muy enfadada.

El pobre Loncio muy enojado y abrumado quiso decir: - Mamá, yo no sé lo que me pasa, cuando bebo batido no hablo bien.

Pero lo que dijo fue:

- MUMÚ, YU NU SU LU CU MU PUSU, CUUNDU BUBU BUTUDU NU HUBLU BUUN.



VI

La madre, asustada por como hablaba y muy triste por no entender a su hijo, empezó a lloriquear.

Y Loncio, abriendo mucho la boca se bebió el último trago del batido, mientras pensaba:

- Yo quiero hablar con todas las vocales, con la A, la E, la I, la O y la Ú.

Y... ¿tú sabes qué ocurrió?

Pues que Loncio le dijo a su madre con todas las letras:

- Mamá, mamá, es que yo tengo mucha hambre y ...

Y... ¿sabes por qué pudo decirlo bien?

Pues es que el último trago mágico había deshecho los hechizos.

¡Sí! Por fin, Loncio consiguió hablar con todas las letras y se le entendía muy bien. Je, je.

Su madre pensó que había sido el hambre el que le había hecho comerse las vocales y se puso muy contenta cuando comprobó que a su hijo no le pasaba nada grave.

Nunca supo que aquella tarde en la que Loncio la llamó, "Memé, mamá, momó, mimí y mumú", en el frigorífico alguien había dejado un batido mágico que cambiaba las vocales al hablar. ¿Quién habrá sido? ¿Tú sabes quién metió el batido mágico en el frigorífico? ¿Lo sabes?

Pues eso puede ser para otro cuento, porque este ha llegado a su colorín colorado...


Y que este cuuntu, quiinti, caanta, queente, coonto, que este cuento se ha acabado.

Fin, fon, fan, fen, fun.

FIN










Este cuento para el cuarto cumpleaños. de un niño precioso, ha sido escrito y editado por su abuela Beni, (Benita Isabel Campos Alcázar) , en Úbeda y en septiembre de 2021