miércoles, 3 de noviembre de 2021

 

Él y yo

Él cree en Dios y yo, hace años, muchos años, dejé de creer en cualquier ser creado a imagen y semejanza de los seres humanos, pero cuando yo cuento las baldosas que quedan para llegar a casa y saber qué me deparará el futuro, él me dice que eso es una superstición de vieja.

Él sueña despierto siempre que planifica un viaje, un encuentro, la lectura de un libro, un proyecto, en cambio yo voy siempre a ras de suelo, viendo lo negativo antes de que ocurra, pero por las noches tengo sueños increíbles, enormes, gigantescos que siempre recuerdo al amanecer y él cuando duerme, solo duerme, nunca sueña.

Yo me invento historias para dormirme, lo mismo que me las invento para mi nieto y él compone con cuatro tubos y dos cuerdas una canción de cuna que al ritmo de tres por cuatro podrá ser un vals o un tango, si la ocasión lo permite.

Él empieza a comer antes de que la mesa esté puesta, mientras colocamos los cubiertos lleva una aceituna, un trocito de jamón en la boca, yo hasta que no estamos todos en la mesa no cojo ni una piquito de pan.

En cuanto a comida él es de dejarse en el plato lo que no le gusta y yo de apartar para el final lo que más placer me va a dar saborear, por eso cuando nos casamos, en pleno viaje de novios y yo, en el filo del plato, dejé los tropezones de la paella para cuando me hubiera comido el arroz; él me los arrebató de un múltiple pinchazo, como haciéndome un favor y diciéndome: "ea, ya no te molestarán".

Yo soy del mandamiento del pobre, reventar antes que sobre y él el del señorito, mejor dejar siempre en el plato un trocito, a que se crean que con hambre has comido

Yo soy de darle vueltas a todo, de no organizarme, de sentarme a pensar qué hacer y cuándo y cómo y para qué. Él resuelve sin pestañear, es capaz de solucionar un entuerto y hasta de dar instrucciones precisas para que yo le curé un corte en un pie, mientras éste chorrea sangre y parece un tomate reventado después de caer de un lugar elevado...

Él nunca quiere ir de viaje en pareja, le gusta hacerlo en grupo, con alguien más, porque así es más animado y no discutimos tanto. Yo siempre quiero el romanticismo de sabernos solos en el centro de una ciudad, en un museo o mirando escaparates.

Él compra solo alimentos que luego convertirá en comida, a mí solo me gusta comprar aquello, que si llegamos a casa ya se puede comer; no entiendo el gusto de ver un costillar o una cabeza de merluza e imaginármela con sus verduritas y sus patatas a lo pobre en mi plato.

Mientras yo pongo la mesa, elijo las copas, coloco el mantel y las servilletas a juego, mientras dispongo los tenedores y los cuchillos, él cocina con esmero lo que ha comprado, lo que ha sobrado, lo que se encuentra en el frigorífico o aparece en la alacena.

Yo me emborracho como se emborrachaba mi padre, como se emborrachaba mi abuelo, copita a copita en dos sorbos como mucho, me emborracho y me da llantina, tanta que hipo y parece que me voy a derramar en lágrimas, él bebe a tragos y se habla las botellas, las saborea y cuando lleva un buen rato cuenta chistes; él se vuelve aún más simpático, más cariñoso, más elocuente.

Él nació a las doce menos cuarto de la noche un doce del mes doce y yo al año siguiente, a la una de la tarde del primer mes de la primavera. Él se llama Jacinto y a mí me pusieron Margarita, a él le gustan los perros, los relatos de miedo y los cuadros de Goya y a mí me gustan los gatos, los cuentos fantásticos y la pintura de Mucha.

Yo no sé cómo lo hemos hecho para que el próximo junio llevemos medio siglo casados y él nunca se acuerde de nuestro aniversario de bodas ni de los años juntos...
















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