sábado, 6 de noviembre de 2021

 Aurelia Librato

  Cuando despertó del sueño, la copa llena del vino "Librato" seguía intacta, como si nunca le hubiera dado un sorbo y lo peor es que al queso manchego, hecho con leche cruda de oveja, solo le quedaba una pequeña porción, cortada en triángulos de 20mm de grosor. Estar ahí tumbada, en ese césped de hojas silvestres, junto al cadáver de su perro y las esponjosas telas de las cortinas anidadas de arañas enanas, no suponía más que un episodio en su vida intercalada de suicidios, muertes y asesinatos. Aurelia, es una mujer que tiene cincuenta años y que ha vivido siempre a su estilo, sin preocuparse por nada, sin querer hacerse dueña de la felicidad de nadie, sin pretender ser alguien que le importara la vida de los demás. Aurelia vivía en ese hotel que el tiempo y las calamidades habían destruido, pero que la naturaleza y el tiempo habían amueblado de hojas, de pequeñas y retorcidas ramas, de bichitos infectos y de polvo y mugre, como una forma de contestarse a ella misma, de colocarse en el peor lugar, para que la vida la castigara, la llevara a la destrucción, que nunca llegaba. Estoy convencida que no puedes ponerte en su lugar, en ese precipicio de huidas hacia adelante que suponía ser la hija de una cantante de éxito en los años setenta, ser la esposa de un afamado empresario de la construcción y en la madre de un calavera de hijo que no quiso estudiar ni aprender un oficio. Aurelia cada noche bebía para olvidar, pero aquella mañana no había olvidado cómo su perro fiel también la dejó para irse a vivir una muerte feliz. Porque aunque parezca improbable se hizo realidad, el perro, de mil razas, el perro insignificante decidió morirse, porque los animales inteligentes tienen voluntad, y él la tenía. Se quedó más sola que la luna en el firmamento una noche nublada sin estrellas. Sola como la última galleta de un paquete, como la aceituna sola en un plato lleno de huesos. Se bebió el vino tinto Librato, ese vino que ya nadie compra, porque ya no se produce, pero que a ella le gustaba, porque la llevaba a una infancia inventada llena de libertad y de plantas olorosas, por eso se extrañó de que no se había bebido la copa de ese vino que tiene una intensidad aromática muy alta, en la que destacan los sabores y los olores a frutos rojos y negros como cereza, mora, frambuesa, combinadas con notas especiadas. Ese  vino de color rojo picota con tonos violáceos e intensidad media, que había tenido una leve crianza en roble americano y francés de unos cuatro meses. Un vino lleno de sensaciones y con innumerables reconocimientos de todo tipo y que siempre le pareció muy sabroso, con un buen equilibrio de acidez. Un vino tan parecido a lo que ella se reconocía de sí misma: Siempre pensó que ella era muy golosa, muy amplia de miradas y que deja una buena persistencia. Aurelia, como ese Librato, también se consideraba de un beber muy fácil. Aunque el panorama que dibujaba su ajado cuerpo atravesado en una cama desgarrada no eran precisamente lo que se suponía de una mujer de mediana edad dispuesta a vivir la muerte o morir la vida a diario. Ella no era ese vino noble que se puede beber con todo tipo de gastronomía aunque para verduras, guisos y todo tipo de carnes, era lo recomendado, ella era como ese vino duro, áspero y espeso, sin matices que se puede beber con un queso bien curado, como el que ella se tomó a palo seco la noche anterior. Ahora que ya sabemos quién es Aurelia y qué hace en ese destartalada habitación. Lo que no sabemos es lo que el día le deparará y si sus fantasmas, incluidos los del perro muerto, qué le traerán.

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