sábado, 23 de julio de 2011

como un volcán... bla bla bla...

Aquella mañana Miguelito intuía que todo iba a ser diferente a los años anteriores, que empezaban las vacaciones y que papá y mamá no lo mandarían al campamento de la playa, sino que lo llevarían al pueblo de su abuela Miguela.

Esta anciana señora nunca había salido de su pueblo, nunca había viajado, porque nunca tuvo necesidad, siempre tenía visitas en casa y nunca se puso enferma, pero a pesar de no haberse movido de su pequeño pueblo tenía mucho mundo, aunque casi nadie lo sabía.

La abuela Miguela era la persona más longeva de todas las que había en toda la comarca, le gustaba mucho charlar con la gente que veía o se encontraba; de esta forma, un día cualquiera en la vida de la Sra Miguela eran conversaciones y conversaciones, bien con la vecina de enfrente cuando barría la puerta de su casa, bien con el señor del Kiosco cuando iba a comprar el pan, o con la niña que saltaba a la comba en la plaza cuando venía de recoger los zapatos arreglados, o con su prima Maruja que siempre tenía una anécdota nueva que recordar, o con la maestra del pueblo, cuando volvía de su paseo vespertino.

La abuela de Miguelito era un pozo sin fondo de historias y contares de unos y de otras, era como un libro que se está escribiendo todavía, la abuela de Miguelito, sólo sabía preguntar y escuchar y tenía tanto conocimiento de tantas cosas y tanta opinión guardada que en una biblioteca la hubieran catalogado de Enciclopedia.

Miguelito aquella mañana de finales de junio sabía que iba a tener unas vacaciones diferentes, no sabía aún si mejores o peores, si más divertidas o más aburridas, pero sabía que irse todo el verano con la abuela Miguela, él y ella solos los dos, sería distinto.

Cuando se lo anunciaron, al principio dijo: “¡Oh, no!”. Después protestó: “¿por qué?”. Y unos días más tarde, tras darle vueltas y vueltas a la idea dijo: Bueeeeno iré.

Aquel recién estrenado verano del 82 el calor de la siesta derretía las losas de la calle y Miguelito sudaba como un botijo al sol, y en el pueblo de la abuela hasta las cigarras buscaban la sombra.

Niño y anciana se abanicaban sentados en las butacas que estratégicamente estaban colocadas en el paso del aire detrás de la jarapa de la puerta del patio y él le dijo a la abuela:

- Abu,¿Por qué hace tanto calor aquí en la Sierra?

Y la abuela como una gaseosa agitada le contestó:

- Verás, hace ya muchos años que esto no pasa, pero el viento de terral en verano (este que estamos padeciendo estos días); es un viento de carácter cálido y muy seco y el responsable de que se registren las temperaturas más altas de todo el año. Cuando sopla el "terral" lo que principalmente ocurre es que, al venir el viento del Norte y descender por las laderas de las montañas que nos rodean, este se calienta y … (bla, bla.....)

La abuela estuvo toda la tarde hablando de vientos y de calor, como una amante de la meteorología y Miguelito estuvo escuchando boquiabierto el relato.

Aquella misma noche cuando cenaban la ensalada de tomate con orégano y queso de cabra Miguelito le dijo:

- ¡Ay! abuela, qué buena está la ensalada y ¿estos tomates por qué están tan sabrosos?..

Y Miguela como un volcán en erupción le respondíó:

- Estos tomates son cultivados en el huerto por Matías, con unas semillas ecológicas que trae de Murcia, y están así de buenos porque han madurado al sol en la propia planta. Y no usa abonos químicos ni insecticidas ni herbicidas, el semillero lo hace en primavera de forma protegida, puesto que las semillas necesitan cierta temperatura para germinar y desarrollarse… (bla... bla... bla...)

Miguela siguió y siguió hablando y hablando y cuando el niño le dio las buenas noches, ella le dijo:

- Mañana tomaremos mermelada de tomate.”

Y cuando Miguelito probó la mermelada, preguntó:

- ¿y esta mermelada tan buena ¿quién la hace…?

Y la anciana empezó a contarle la historia de Apolonia que hacía mermelada con cualquier cosa, hasta con ortigas…bla, bla, bla....

Ese verano transcurrió como en un suspiro, porque la Abuela Miguela sabía tanto, conocía tantas leyendas, lugares, historias y cuentos; era un baúl lleno de todo lo que había ido almacenando en sus ochenta y muchos años y que nunca antes había podido contar. Y si me preguntáis qué es lo más aprovechó el niño os diría que el aprender a preguntar y a escuchar.

Y os digo más, si en estos días escucháis algún cuento, alguna historia, algún conocimiento, estoy segura que es Miguelito en diferentes versiones que les coge prestado el tipo a quien narra o cuenta porque estoy segura que hay muchas las abuelas como Miguela que un día enseñaron a sus nietos y nietas a contar.

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